viernes, 17 de abril de 2015

DRA. JO GOODSON: UNA NIÑEZ DE ATEÍSMO



DRA. JO GOODSON: UNA NIÑEZ DE ATEÍSMO

Graduada del Imperial College de Londres

Para mí ha sido un privilegio compartir en las universidades de Londres, Inglaterra desde 1981. Ha sido desafiante, por decir lo menos, pero los testimonios del poder transformador del evangelio han sido asombrosos. Ninguna de esas historias es más alentadora que la de Joanna Goodson; aquí la tiene en sus propias palabras:

Yo crecí en un hogar ateo. Éramos bastante francos, simplemente no nos preocupaba asistir a la iglesia. No hablábamos con Dios, ¿para qué? Comprendíamos que otras personas creían en Dios y sentíamos que estaba bien si les ayudaba a salir adelante en la vida. Afortunadamente, teníamos una buena educación y éramos económicamente estables, y posiblemente creíamos ser un poco más inteligentes que los demás, de manera que no necesitábamos inventar a ningún “Dios fantástico” que nos ayudara a salir adelante en la vida. Éramos personas felices y buenas, y creíamos que eso era suficiente.

Al mirar en retrospectiva, puedo ver los momentos de mi niñez en que mis hermanos y yo en realidad teníamos curiosidad por Dios. Recuerdo haber encontrado una Biblia de los Gedeones en la habitación de un hotel y decidir leerla de principio a fin en una noche. En ese tiempo yo tenía unos doce años. Me quedé dormida a la mitad de Deuteronomio y nunca más pensé nada al respecto. ¿Esta era curiosidad intelectual o era Dios que intentaba comunicarse conmigo? A esta altura, no estoy segura.

Recuerdo que mi hermano llegó a casa de la escuela a los ocho años y dijo que creía que cada palabra de la Biblia era verdad.

Mis padres no tuvieron que apartarlo para explicarle cuán tonto era; mi hermana y yo hicimos un buen trabajo en la cena al lograr sacarle la idea a través del ridículo y el insulto, llamándolo “ingenuo”. Ahora él se considera budista, así que supongo que no logramos hacerlo escéptico en cuanto a las cosas espirituales.

El cambio sucedió en mí cuando fui a la universidad a los dieciocho, cuando era una estudiante arrogante que había ya dilucidado como funcionaba todo, en la vida y en la religión. Conocí a un dinámico cristiano con rastas y una personalidad positiva. Todos lo querían y deseaban estar con él. Era abierto acerca de su fe y no bebía, aunque sí asistía a los clubes y bailaba por diversión. Lo que es más, no se quedaba dormido por ahí. Eso no me parecía lógico. Él tenía una buena educación, era popular y no necesitaba una muleta. Era una anomalía en mi comprensión de la vida.

Nosotros discutíamos mucho acerca de religión. Yo pensaba que podía convencerlo de que estaba siendo tonto y obviamente asiéndose de alguien sobre quien le habían enseñado en la infancia pero que nunca había examinado críticamente. Él era un adulto que continuaba creyendo en Santa Claus, y yo le mostraría la verdad, porque a su edad resultaba cruel no saber. A medida que progresaban nuestras discusiones, me asombró descubrir que yo era quien nunca había examinado las cosas de verdad. Yo era quien nunca había desafiado lo que me habían dicho en términos de la perspectiva atea. Eso no me hizo cristiana automáticamente; solo abrió mis ojos a la posibilidad de que Dios fuera real.

Fue entonces cuando Natty, mi dinámico amigo cristiano, me llevó a la iglesia y las cosas encajaron. No me convencieron de ningún argumento sofisticado; me desafiaron a considerar en la posibilidad de que Cristo habría muerto por mí. Finalmente Dios se encontró conmigo donde yo estaba, escondida en la parte trasera de un servicio de una iglesia en Londres, preguntando: ¿De verdad hay alguien arriba? Cuando finalmente llegué a un lugar de fe, supe que Dios de verdad había hecho mucho más por mí que yo simplemente había ignorado. Una profunda sensación de gratitud ha estado en mi corazón desde ese día.

Mi vida cambió instantáneamente y tomaría mucho espacio explicar cómo. No se trató de dejar las drogas ni el sexo, y finalmente convertirme en una buena persona. Se trató de vivir para Dios, esperando sinceramente cambiar, así como de ver al mundo cambiar para Él y para su honra. Diez años después, estoy casada y tengo un hijo y una hija en camino. Soy doctora y matemática. Mi tesis de la universidad se trató acerca de comprobar la existencia de Dios a través de la lógica matemática. En realidad lo que comprobé fue que no se puede comprobar lo contrario. Eso es suficientemente bueno para mí, lleva a la gente a dar un paso de fe, de una manera o de otra. No me había dado cuenta de que había dado un paso en la dirección equivocada hasta que alguien me desafió al respecto.

Me siento contenta y con paz, y puedo confiar en los demás, porque Dios puso confianza en mí. Puedo perdonar a los demás porque Dios me ha perdonado. Soy fuerte porque Dios me da fuerza. Puedo lidiar con los tiempos malos, porque tengo algo en lo cual colocar mi confianza. Sonrío, porque sé que no importa cómo luzca mi mundo, Dios está obrando todas las cosas para mi bien. Mi familia todavía tiene que creer en Dios, pero asombrosamente desean hacerlo. Ellos me dicen que desean la fe que yo tengo. Mi madre ha expresado a menudo un deseo de que mi hermano y mi hermana encuentren una linda iglesia a donde asistir.

Ella piensa que la felicidad, la simpatía y la capacidad de lidiar con los desafíos de la vida vienen de una iglesia. Yo sé que en realidad vienen de Jesús. Cuando ella lo vea, también creerá.

Tomado del libro "Dios no está muerto" de Rice Brocks.

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